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Mentiras piadosas

A veces los padres recurrimos a mentiras piadosas para evitar un enfado o una rabieta. Paloma Pirfa nos cuenta en su blog su pequeño engaño a Pirfita y los remordimientos que sintió durante horas

Mi única intención aquella mañana era que Pirfita desayunara algo sano. Por eso, antes de despertarla, le metí en la mochila de la guarde un zumo exprimido por mí y un (intento de) bizcocho hecho, también por mi, en el horno. Ocurrió que, cuando la niña despertó, me pidió una barrita de cereales con chocolate y un yogur bebido. Intenté explicarle que ya llevaba zumo y bizcocho pero temí tanto que empezar a llorar y patalear que accedí: Metí delante de ella el yogur y la barrita en la mochila, hice como que no era capaz de cerrarla, entré en la cocina, le di la espalda, saqué yogur y barrita, los introduje en el frigorífico y cerré la mochila.

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Pirfita iba contenta pensando que llevaba el desayuno que ella había elegido pero algo en mi actitud delataba el engaño. Apenas íbamos todavía en el ascensor, ya me pidió algo que jamás hace: que le abriera la mochila. Increíblemente listos los niños de dos años y medio, oye. No lo hice, lloró un poco pero fui capaz de entretenerla hasta llegar a la guarde y dejarlas dentro: a ella y a la mochila que contenía la estafa.

Camino del trabajo no paraba de pensar en lo mal que me sentía y, durante el desayuno, lo comenté con mis compañeros. Algunos tienen hijos, otros no, pero todos me recriminaron mi comportamiento a pesar de que intentaban quitarle importancia al asunto en base a mi buena intención. Uno de ellos me recomendó que, aunque seguramente mi hija no recordaría, en apenas unos días, que su madre la había engañado, sí se acordaría e interiorizaría para siempre que su mamá le pidió disculpas.

Yo seguía sintiéndome fatal, durante toda la mañana, por haberla engañado, imaginando su cara de decepción al abrir su desayuno y no encontrar lo que su madre introdujo en su mochila delante de sus propios ojos. Pensaba en su llanto, incomprendido por las monitoras de la guardería, que no tenían las claves necesarias para entender su enfado. Nada eso ocurrió, creo. Seguramente desayunó de mil amores el zumo de naranja natural y el trozo (poco apetecible) de bizcocho artesano. Puede ser que ni siquiera recordara el episodio de la mañana. Lo sé porque, cuando llegué a casa, empecé a pedirle perdón por haberle mentido con lo del desayuno y su cara era de no saber de qué carajo le estaba hablando. Además, en la agenda con la que me comunico con su maestra ponía bien claro que se había comido todo el desayuno. Pero ahí estaba yo, pidiéndole perdón, arrepentidísima, a una niña de dos años y medio, a la que la mentira del desayuno de aquella mañana ya no le importaba lo más mínimo. Y esperando que su corta memoria retenga que su madre es capaz de pedirle disculpas y reconocer que se equivoca, aunque lo que persiga es lo mejor para ella. Espero haberlo conseguido

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