Son días desapacibles. Sopla fuerte el viento, hace frío y vivimos bajo una amenaza constante de lluvia. Utilizando una expresión que me pone cada vez más de los nervios, son días de “sofá, peli, y mantita”. Pero los que tenemos hijos pequeños sabemos que ése es un lujo reservado para los que no los tienen o los tienen ya mayores.
Con una niña de tres años y medio (como es mi caso), el sofá se convierte en espacio para saltos, la mantita acaba toda revuelta y ver una peli es un esfuerzo titánico. Así que los días desapacibles, especialmente los del fin de semana, también hay que salir si queremos conservar nuestra salud mental.
Abrigo, bufanda, guantes y gorro sobre varias capas de ropa y a la calle con bici, patinete o patines. Lo que sea con tal de que nuestra peque gaste muchas energías en poco tiempo. Y ahí va, correteando en libertad, que parece un potro al que le han abierto la puerta de la cuadra. Saltando, corriendo, subiendo y bajando de los columpios del parque como si el frío no fuera con ella. Miro a su pobre hermana, de pocas semanas, y siento una pena profunda por todos los segundos hijos del mundo, obligados a salir a la calle, llueve o ventee.
Pero Pirfita disfruta y juega con otros niños que, como ella, están en la calle para fastidio de sus padres que anhelan, hoy más que nunca, aquellos tiempos lejanos de “sofá, peli y mantita”. Los miro y descubro en sus ojos esa puñalada nostálgica que parece estar diciendo “Quién me habrá mandado tener hijos, pudiendo estar en mi sofá viendo, por quinta vez, El Diario de Bridget Jones«.
Tanto ellos como yo misma sabemos que tardaremos años en volver a aburrirnos tumbados en el sofá. Pero es también gracias a estos pequeños, que ahora nos empujan al invierno, por los que hemos descubierto que no hay nada que dé más calidez a un hogar que el amor a nuestros hijos.