Veo que lleva tres chupachups, varias gomitas y palotes y que guarda en sus bolsillos algunos chicles y paraguas de chocolate para luego. Miro hacia la piñata y compruebo que sigue colgando con todas sus tiras. Vuelvo la vista a mi hija y la descubro ahora con las manos metidas en una bolsa de patatas, atesorando bajo el brazo otras de palomitas y gusanitos. No llevamos en esta fiesta de cumpleaños ni media hora y empiezo a pensar que ese pequeño ser que he criado con tanto mimo y cuidado va a terminar la noche en urgencias.
Nos ha pasado a todas, creo. Ese temido día, en esa difícil fase, en la que no es lo suficientemente pequeño para llevarle el termo con su comida ni lo suficientemente mayor para cuidar de su propio estómago. Y tú, que has leído algunos de los libros de los pediatras y nutricionistas de moda, ves cómo sus carrillos se mueven al ritmo con el que se derrumba el castillo de naipes que eran tus principios saludables de alimentación infantil.
Piensas que es sólo un día. Y luego multiplicas por los 24 compañeros que tiene en clase, por los otros 20 de la actividad extraescolar, por los 30 vecinos y amigos del parque y, de repente, imaginas a tu pequeño angelito gordo y con los dientes peor que un yonki en los ochenta.
Ojalá nuevas fiestas infantiles en las que la bollería fuera casera, las azucaradísimas chucherías fueran sustituídas por fruta, los refrescos por batidos naturales… Me saca de mi pensamiento utópico mi propia hija, que ya ha tirado de la piñata y me trae una bolsa de plástico hasta arriba de chucherías; las que a sus 4 años no ha sido capaz de comerse. “Toma, para que las metas en la piñata de la fiesta de mi hermana”, me suelta.
Mientras tardan en hacerse tendencia los cumpleaños infantiles sostenibles y nutricionales, Pirfita apuesta por la reutilización de las chucherías, que no es mala propuesta. Guardo la bolsa y compro la piñata. Si no puedes con el enemigo…