Dicen que dejamos de ser niños el día que empezamos a ver los charcos como un obstáculo y no como una oportunidad. Por eso, cuando Pirfita me puso los ojos del gato de ‘Shrek’ al pasar junto a uno en una acera, la dejé saltar todo lo que quiso. Saltó, se mojó y hasta salpicó a algún viandante. Pero, en lugar de agobiarme pensando en lo mucho que se estaba ensuciando, decidí disfrutar de su alegría y fotografiarla mientras me reía a carcajadas con su cara de placer.
Con todos los sacrificios que hacemos las madres por nuestros hijos y, a veces, olvidamos que hay pequeños gestos con los que podemos hacerlos muy felices. Como bajar el ritmo, ir más lentos y escucharlos. Porque, en la mayoría de los casos, lo que nos piden está en nuestra mano: quieren subir y bajar un escalón varias veces, mirar de cerca aquel cartel de colores, coger unas flores, que los empujes en el columpio o que los dejes ir caminando a su paso. Y no lo hacemos. Simplemente, porque vamos con prisas.
Aquel día de lluvia en Sevilla, yo decidí cambiar el ritmo, adaptarlo a mi hija de 3 años para la que saltar un rato en un charco iba a ser lo más divertido del día. Cuando llegué a casa la duché, eché sus ropas a la lavadora, sequé sus zapatos y, mientras la escuchaba relatarme su aventura, volví a comprobar que el mejor regalo que podemos hacer a nuestros hijos es nuestro cariño y nuestro tiempo.
Desde que nació no he dejado de aprender las cosas de la vida de mi pequeña, ¿no es increible? Esta pequeña anécdota que nos cuentas es muy reveladora…ningún libro de autoayuda podría relatarlo mejor: disfruta de las pequeñas cosas de la vida y que no haya «obstáculos» para disfrutar y ser felices.
Gracias.