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Descubriendo el pudor

Llega un momento en el que los niños empiezan a descubrir el pudor, a conocer el cuerpo y a sentir vergüenza. Y ahí hay que empezar a actuar contra los complejos y determinadas etiquetas

Ayer mismo , mientras estábamos tomando un batido en el velador de un bar, le di el pecho a la peque delante de Pirfita, que me dijo: “Mamá, es mejor que des la teta en casa”. “¿Por qué?, le pregunté. “Porque así nadie te verá esas tetas y esa borrigota gorda?”. Me reí de veras con la ocurrencia pero quise convertirla en una oportunidad.

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“¿Te da vergüenza que los demás vean mis pechos y mi barriga?”. Me confesó que sí y seguí: “A mi no. Me gusta mi cuerpo como es y me gusta también cómo es el tuyo. Yo te quiero como eres y espero que tú también me quieras como soy”. Siguió bebiendo el batido como si nada y no le dimos más trascendencia al asunto.

Creo que es la primera vez que descubro una manifestación pudorosa en mi hija de tres años, más allá del típico corte que les entra a los niños al llegar a sitios llenos de gente o cuando un desconocido les aborda. Pudor, además, referido a otro, en este caso, a su madre. Pirfita está descubriendo el mundo y sus significados. En el cole han estado trabajando cuestiones relacionadas con la identidad y el cuerpo y ahora va por la vida catalogando a los seres humanos según sus atributos sexuales. Una etapa muy divertida para una madre como yo a la que le gusta ir destrozándole las pocas seguridades que tiene, las del tipo “los hombres no llevan falda ni pendientes ni se pintan las uñas” normales a sus tres años.

Y precisamente porque en esta etapa está creo que es importante transmitirles una imagen positiva de nuestros cuerpos. También del mío, al que le siempre le han sobrado varias decenas de kilos y más ahora tras un embarazo reciente. Si soy capaz de que me vea a gusto conmigo misma y si soy capaz de hacerle ver que su cuerpo es maravilloso tal y como es puede, solo puede, que me ahorre alguna visita al psicólogo el día de mañana. La autoaceptación no debería ser un reto para nadie al llegar a la adolescencia, debería ser lo normal desde nuestra más tierna infancia y los padres podemos ayudar a lograrlo. Y para eso no hace falta repetirles a cada momento lo guapas que son, que parecen princesas o cualquier moñería por el estilo. Basta con dejarles claro que nos queremos y los queremos como son.

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