Cuando yo era una estudiante escolar del ámbito rural andaluz de los 80, darle duro a los cuadernos era una especie de salvoconducto a una vida mejor, más cosmopolita, feliz y autónoma. Para mi estudiar no era ningún sacrificio. De hecho, era de las pocas cosas que hacía bien y los exámenes casi me divertían. Para todo los demás aspectos de la vida era bastante más inepta; pero ahí iba, tirando y estudiando con la vista puesta en un mañana donde me veía a mí misma como la mujer que yo misma había elegido ser.
Luego, diferentes condicionantes y elecciones que he ido haciendo me han convertido en la mujer que soy, con sus éxitos y fracasos. Y con sus preocupaciones. La que ahora me quita el sueño es la escolarización de Pirfita, que entra en el colegio en septiembre. En mi pueblo todo era más sencillo. Allí, el cole es el cole y la solicitud de plaza un mero trámite administrativo resuelto y garantizado de antemano.
En la ciudad todo se complica. Yo, para Pirfita, sólo quiero un centro educativo público y laico que me coja, relativamente, cerca de casa. Y creía que mi aspiración era tan básica que se cumpliría sin problema. Pero no. Acaba de terminar el plazo de solicitud y en el colegio que he pedido como opción primera sobran más de 15 niños y niñas que van a ser recolocados en otros centros del entorno.
Puede que mi propia hija sea una de ellas. Y, de verdad, que no me importa si no obtengo plaza en el primero de los colegios, hay dos opciones más que también se ajustan a mis necesidades. Pero puede darse el caso de que manden a mi hija a un centro sin aula matinal ni comedor, por ejemplo, y a mi me cueste el dinero contratar a alguien para que se quede con ella. O que tenga que ir a un centro concertado católico a recibir una formación religiosa que no quiero para ella. Y así ando, con una incertidumbre que sé que tienen muchos otros padres y madres a la espera de que salgan pronto las listas. Suerte a todos.