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Los niños de Sevilla sueñan con el lejano Oriente

Montar en camello o en poney, columpiarse en luminosas atracciones o en un carrusel artesano que funciona a pedales, asistir a un circo de pulgas o patinar en una pista de hielo sintético…

Montar en camello o en poney, columpiarse en luminosas atracciones o en un carrusel artesano que funciona a pedales, asistir a un circo de pulgas o patinar en una pista de hielo sintético… La Alameda y la Encarnación están unidas este verano por una oferta navideña conjunta, por miles de familias que se desplazan de un lado para otro y por un tren que enlaza estos dos grandes espacios de atracciones al aire libre.

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“No se preocupe por la edad, esto es muy seguro. Basta con que el niño no le tenga miedo. En cuanto se suba, se tranquilizará y disfrutará del recorrido”. Nuria, responsable de la empresa Aires Africanos anima a una familia a montar a su pequeño en uno de los dromedarios que recorren de un extremo al otro la Alameda de Hércules. No falló en su pronóstico. El pequeño se subió a lomos del animal aupado por un paje de rasgos africanos  tras pagar los cinco euros que cuesta el trayecto. Empezó a sonreír cuando escuchó a una pequeña saludar confundida a su nuevo compañero y llamarle Baltasar. Desde entonces, y hasta que se bajó del camello, no se le borró la sonrisa. Para los más miedosos, una bebé camello con su madre aguardaban las visitas resguardados en un extremo del pesebre. Una imagen que resumía la gran familia que conforman los dromedarios y los responsables de la empresa Aires Africanos.

La fila de dromedarios transita por el asfalto de colores de la Alameda entre flashes y gritos de niños que buscan nerviosos a los Reyes Magos hasta que descubren que esta vez son ellos quienes por unos minutos pueden sentirse viajeros del lejano Oriente que persiguen un sueño con forma de estrella fugaz. Pero los dedos que apuntan incesantemente a estos animales del desierto, se desvían de pronto al descubrir que en sentido contrario, como si se tratara de una mágica autovía, circula una fila de poneys cargando a grupos de niños arropados por sus padres, abuelos y hermanos. Una entrada de tres euros por un paseo de un lado al otro del bulevar.

De pronto suena una voz: “Bievenidos señores al gran circo de pulgas, el único e inigualable”. Pocos pueden evitar mirar. Un mago situado en la puerta de una pequeña carpa llena de enigmáticos carteles invita a los mayores y pequeños a su circo de pulgas. A todos menos a los perros. Claro, tendría demasiado riesgo para cualquier mascota entrar en un territorio dominado por las pulgas.

Una visita y, a continuación, la magia navideña se difumina entre otros sonidos que nos resultan más familiares. Un carrusel que se mueve entre luces y alarmas de juguete, una noria que gira y gira, una fila de pequeños nerviosos ante un quiosco de chucherías y algodones de azúcar.

Pero sobre todos estos ruidos sobresale una llamada. Es el tren que está a punto de arrancar. El tren que, entre canciones y saludos a propios extraños, te traslada por un euro de la magia de la Alameda a las siempre sorprendentes setas de la Encarnación. El tren que atraviesa las repletas calles del centro de Sevilla para acabar aparcando bajo el frágil techo de madera blanca de las setas que nacieron del sueño de un arquitecto alemán.

Una vez allí, toca subir los peldaños que te conducen al escenario del que fue un día teatro de las voces y los aplausos donde desde hace varios días aguarda a los pequeños y a los no tan pequeños una pista de patinaje de hielo, que es pista, que es de patinaje. Pero que no es de hielo. Ni falta que le hace. Por 6 euros (más 1,5 euros por los guantes), 40 minutos sobre patines. Algún resbalón, más de un sprint, y luego a reponer fuerzas en alguno de los puestos artesanales instalados en la Encarnación.

Y queda una última etapa del viaje. De nuevo abajo, de nuevo unos poneys resguardados en un pequeño establo que quizá, quien lo sabe, vienen y van en el mismo tren que enlaza la Encarnación y la Alameda haciendo el mismo recorrido que venimos de hacer nosotros. Si antes no lo hicimos, ahora hay otra oportunidad al mismo precio. 3 euros por viaje.

A su alrededor no hay tanto ruido, no hay tantas luces. El contraste lo ponen un carrusel, una pequeña noria y un barco vikingo artesanales. A pedales. Quizás más lentos, menos espectaculares, pero con la suficiente magia como para avivar aún más la imaginación de quien viene de montar en un camello por el asfalto de Sevilla un día cualquiera de Navidad.

Quizá en ese carrusel artesanal sea el momento de recordar a ese bebé camello que, acurrucado a mamá, saludaba con un rítmico movimiento de dientes a quienes venían a visitarle. Pensar en volver a verle porque aunque estén sólo de paso por Sevilla por las Navidades. Un pedazo del lejano Oriente vive a sólo unos kilómetros de Sevilla, y se puede ver con sólo un click en el ordenador (airesafricanos.com). Pero eso será más adelante. A partir del 15 de enero, cuando hayan acabado su trabajo al servicio de Sus Majestades los Reyes Magos.

 

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